jueves, 25 de marzo de 2010

Prosas Apátridas

Julio Ramón Ribeyro (1929-
1994)
Escritor peruano, considerado uno
de los mejores cuentistas de la
literatura latinoamericana.

27


Esta que tengo ahora en la Avenue des Gobelins es
el nicho del ingenio: estrechísima, larga, oscura,
amenazada por el bullicio de tanta carrocería. No se
trata, sin embargo, de una habitación miserable,
sino de una pieza donde se ve con demasiada evidencia
la mano ecónoma del previsor e insoportable
patrón del hotel parisino. Es lo que se puede
llamar una habitación mezquina. No hay la posibilidad
de dejar correr el agua en el lavabo, ni de
conectar un tocadiscos porque los plomos estallan.
No hay una repisa donde poner libros ni un escondrijo
donde sepultar la maleta para evitarnos la
impresión de ser los eternos viajeros. Por el contrario,
toda la configuración de la pieza parece estar
destinada a recordarnos que somos pasajeros, que
no tenemos la más remota esperanza de estabilidad
y que debemos eliminar de nuestra imaginación el
proyecto de establecer aquí nuestro domicilio. Si
las habitaciones hablaran, ésta diría: “Extranjero, te
consiento que duermas, pero vete lo más pronto
posible y no dejes el menor recuerdo de tu persona.”


30

El advenimiento de un niño a un hogar es como la
irrupción de los bárbaros en el viejo imperio romano.
Mi hijo ha destrozado en veinte meses de vida
todos los signos exteriores y ostentatorios de nuestra
cultura doméstica: la estatuilla de porcelana que
heredé de mi padre, reproducciones de esculturas
famosas, ceniceros raros hurtados con tanta astucia
en restaurantes, copas de cristal encargadas a Polonia,
libros con grabados preciosos, el tocadiscos
portátil, etc. El niño se siente frente a estos objetos,
cuya utilidad desconoce, como un bárbaro frente a
los productos enigmáticos de una civilización que
no es la suya. Y como a pesar de su ignorancia y su
sinrazón, él representa la fuerza, la supervivencia,
es decir, el porvenir, los destruye. Destruye los
signos de una cultura ya para él caduca porque sabe
que podrá remplazarlos, desde que él encarna, potencialmente,
una nueva cultura.


48


Mi mirada adquiere en privilegiados momentos una
intolerable acuidad y mi inteligencia una penetración
que me asusta. Todo se convierte para mí en
signo, en presagio. Las cosas dejan de ser lo que
parecen para convertirse probablemente en lo que
son. El amigo con el que converso es un animal
doméstico cuyas palabras apenas comprendo, la
canción de Monteverdi que escucho, la suma de
todas las melodías inventadas hasta ahora; el vaso
que tengo en la mano, un objeto que me ofrece,
atravesando los siglos, el hombre de la edad de
piedra; el automóvil que atraviesa la plaza, el sueño
de un guerrero sumerio; y hasta mi pobre gato, el
mensajero del conocimiento, la tentación y la catástrofe.
Cada cosa pierde su candor para transformarse
en lo que esconde, germina o significa. En estos
momentos, insoportables, lo único que se desea es
cerrar los ojos, taparse los oídos, abolir el pensamiento
y hundirse en un sueño sin riberas.


50

El policía del metro: bella frente, mirada noble,
nariz perfilada, expresión de sensibilidad e inteligencia,
que me hicieron preguntarme qué hacía un
artista en potencia cubierto con ese desprestigiado
uniforme. De pronto un compañero se acerca y le
dice algo al oído. El policía empieza a reír, los ojos
se le desorbitan, su nariz se achata, sus maxilares
comienzan a desquiciarse, su perfecta dentadura
asoma ferozmente, todos los tendones y nervios de
su cuello vibran, sus músculos faciales se agarrotan
y de sus fauces brota un rugido atroz, inhumano,
como el de un jabalí acosado o un toro atravesado
por el estoque. Su risa lo delata.


52

Viajar en un tren en el sentido de la marcha o de
espaldas a ella: la cantidad física de paisaje que se
ve es la misma, pero la impresión que se tiene de él
es tan distinta. Quien viaja en el buen sentido siente
que el paisaje se proyecta hacia él o más se siente
proyectado hacia el paisaje; quien viaja de espaldas
siente que el paisaje huye, se le escapa de los ojos.
En el primer caso, el viajero sabe que se está acercando
a un sitio, cuya proximidad presiente por
cada nueva fracción de espacio que se le presenta;
en el segundo, sólo que se aleja de algo. Así, en la
vida, algunas personas parecen viajar de espaldas:
no saben adónde van, ignoran lo que les aguarda,
todo los esquiva, el mundo que los demás asimilan
por un acto frontal de percepción es para ellos sólo
fuga, residuo, pérdida, defecación.



53

Distancia: a doscientos metros no podemos saber si
una mujer es bella. A unos centímetros todas son
iguales. La percepción de la belleza necesita cierto
margen espacial, que varía no sólo de acuerdo al
observador, sino también de acuerdo al objeto observado.
Entre nosotros decíamos sobre algunas
mujeres, utilizando una expresión ya convenida,
“tiene buen lejos”, pues a cierta distancia parecía
guapa, pero apenas se acercaba no lo era. Otras, en
cambio, tienen “buen cerca”, pero al alejarse notamos
que son desproporcionadas o flacas o con las
piernas torcidas. ¿Qué distancia debe servirnos de
patrón para dar un veredicto estético sobre una
persona? Un amigo, a quien hice esta consulta, me
respondió: “La distancia de la conversación”.




De: Prosas Apátridas. Julio Ramón Ribeyro. Seis
Barral. Barcelona, 2006

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