jueves, 25 de marzo de 2010

El Libro del Buen Salvaje

Antonio Cisneros (Lima 1942)
Poeta, periodista, cronista, guionista,
catedrático y traductor.

Lunes

Releo La tentación del fracaso, el diario personal
de Julio Ramón Ribeyro. Este texto del día 17 de
mayo lo pude haber escrito yo. “Envejecemos
cuando nos damos cuenta de que empieza a sobrarnos
un poco de pasado. Los recuerdos se acumulan
y ya no sabemos qué hacer con ellos. Nuestra memoria
parece tener una capacidad limitada. Vencida
ésta, sobreviene el desorden, el embarazo y lo almacenado
asoma a la conciencia.

“Precisamente lo que me ha impedido dormir ha
sido un exceso de recuerdos. Recuerdos en cadena
que comienzan en París se prolongan hasta Lima a
través de mil peripecias.”

Lo pude haber escrito. Sólo que en ese tiempo Ribeyro
tenía veintiocho años y yo tengo cincuenta.

Martes

La Negra, Alejandra y Soledad están en Cajamarca.
Yo deambulo, como un animal acorralado, por mi
departamento que de pronto ha cobrado unas dimensiones
faraónicas. El camino entre el dormitorio
y la cocina parece interminable. Hay más silencio
del que puedo soportar.



Miércoles

La última que estuve en el hospital (sólo para un
examen de rutina) coincidí con mi amigo el poeta
César Calvo, que se hallaba dos pisos más arriba. Y
decidimos, dada nuestra proclividad por los nosocomios,
escribir una novela a cuatro manos. Una
novela de pacientes internos, donde nuestro único
punto de vista sea el que nos brindan los vericuetos
hospitalarios. Debe ser policial y realista, y no será
admitido ningún personaje del mundo exterior,
salvo algún visitante excepcional.

Este es el primer párrafo: “Desde los ventanales
que miran al norte, Lima es la réplica del centro
financiero de una ciudad oriental más o menos
moderna. Por la noche, los altos edificios brillantes
y en desorden recuerdan Hong Kong. Aunque a la
luz del día no hay engaño: tiene todas las trazas de
Bagdad (según la CNN) y algo también de México
D.F. en unas cuantas cuadras de Insurgentes, a no
ser por un par de cerros amarillos que sólo pertenecen
al Perú”.

Por lo demás, la novela tiene que estar destinada a
convertirse en un best seller. Su extensión depende,
en gran medida, de cuánto se prolonguen nuestros
males.




Jueves

Hace un año, a las 9 y media de la noche, murió mi
padre. Todavía no lo acepto.



Viernes

Fernando Ampuero y yo hemos hecho un recorrido
algo desordenado en nuestras bicicletas. El día gris
y tristón no invitaba al circuito habitual por los
malecones de Miraflores y Barranco. Nos internamos
más bien, sin mucha convicción entre las calles
de algún barrio residencial de Santa Cruz, casi
tan anodino como los de San Borja.

De pronto nos topamos con un árbol. Un árbol
gigantesco en medio de alguna antigua chacra,
convertida en un parque vulgar. Sus sucesivos
troncos entrelazados al final en una sola masa
compacta tenían el aire de otro siglo. Ese diámetro
de casi 4 metros podía ser el del ombú de las pampas
argentinas, pero un follaje espinoso y unas
flores carnívoras de terciopelo eliminaban la posibilidad.
Un árbol maravilloso. Nadie, ni los viejos
jardineros, sabe su nombre.



Sábado

He recibido una llamada telefónica muy desagradable.
No la quiero comentar




De: El libro del buen salvaje. Antonio Cisneros. Editorial
Peisa. Lima, 1994.

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