domingo, 18 de abril de 2010

La lógica del país de las Hadas

Gilbert Keith Chesterton (1874 -
1936)
Escritor británico. Se han referido a él
como el "príncipe de las paradojas".






Podemos decirlo de este modo: hay ciertas secuencias
o desarrollos (casos en los que una cosa sigue
a la otra), que son, en el verdadero sentido del
vocablo, razonables. Tales son las secuencias matemáticas
y lógicas. Nosotros, en el país de las
hadas (que somos las más razonables de todas las
criaturas), admitimos aquella razón y aquella necesidad.
Por ejemplo, si las hermanas feas son mayo5
res que la Cenicienta, es (en un sentido férreo y
terrible) necesario que la Cenicienta sea más joven
que las hermanas feas. Aquí no hay nada fuera de
lugar. Haeckel puede hablar cuanto quiera de fatalismo
acerca de este hecho: éste debe ser tal como
es. Si Jack es el hijo de un molinero, un molinero
es el padre de Jack. La fría razón lo decreta desde
su frío trono, y nosotros, en el país de las hadas,
nos sometemos. Si los tres hermanos cabalgan
sobre caballos, hay, en consecuencia, seis seres
animados y dieciocho extremidades inferiores: este
es auténtico racionalismo y el país de las hadas
está colmado de él. Pero cuando puse mi mente en
el reino de las hadas y comencé a advertir el mundo
natural, observé algo extraordinario. Observé
que los hombres educados que llevan anteojos
hablaban de las cosas que acontecían (la aurora, la
muerte, etc.) como si fuesen racionales e inevitables.
Hablaban como si el hecho de que los árboles
produzcan frutos fuese tan necesario como el
hecho de que dos árboles y un árbol sean tres. Pero
no es así. Cuando se le aplica el criterio del país de
las hadas, se percibe la enorme diferencia. Ese
criterio es el de la imaginación. Pero tú no puedes
imaginar que dos y uno no constituyan tres. No
obstante, tu puedes imaginar árboles que no produzcan
fruto; puedes imaginarlos produciendo
velas doradas o tigres que cuelguen de ellos por la
cola. Estos hombres que llevan lentes hablan mucho
de un hombre llamado Newton que fue golpeado
por una manzana y descubrió una ley. Pero
no pueden ver la distinción existente entre una
verdadera ley, una ley racional, y el hecho simple
de que las manzanas caigan. Si la manzana golpeó
la nariz de Newton, la nariz de Newton golpeó la
manzana. Así es la auténtica necesidad; por ella no
podemos concebir que una cosa ocurra sin la otra.
Pero podemos muy bien concebir que la manzana
no caiga sobre su nariz; podemos imaginarla volando
por el aire, alegremente, para golpear alguna
otra nariz, por la que siente un desagrado especial.
Nosotros hemos distinguido siempre, en nuestros
cuentos de hadas, entre la ciencia de las relaciones
mentales, en las que hay realmente leyes, y la
ciencia de los hechos físicos, en la cual no hay
leyes sino sólo sorprendentes repeticiones. Creemos
en milagros corpóreos, pero no en imposibilidades
mentales. Creemos que el tallo de una habichuela
ascendió hasta los cielos; pero esto no significa
que confundamos nuestras certidumbres
cuando abordamos la pregunta filosófica acerca de
cuantas habichuelas hacen cinco.
Aquí residen el timbre y la verdad de la perfección
peculiar de los cuentos infantiles. El hombre de
ciencia dice: “corta el tallo y la manzana caerá”; lo
dice con calma, como si una idea condujese a la
otra. La bruja dice en el cuento de hadas: “sopla la
trompeta, y caerá el castillo del ogro”; pero no lo
dice como si debiera acontecer algo en lo cual el
efecto siga obviamente a la causa. Sin duda, la
bruja aconsejó a muchos campeones y vió caer a
muchos castillos, pero no abandonó, ni su capacidad
de maravillarse, ni su razón. Ella no enturbia
su mente intentando imaginar una conexión mental
necesaria entre el sonido de una trompeta y la caída
de una torre. Pero los hombres de ciencia enturbian
sus mentes hasta que logran imaginar una
conexión mental necesaria entre una manzana que
abandona un árbol y una manzana que llega al
piso. Ellos no hablan sobre eso como si hubiesen
encontrado no sólo un conjunto de hechos maravillosos,
sino una verdad que conecta aquellos
hechos. Hablan como si la conexión física de dos
cosas extrañas, las conecte filosóficamente. Creen
que porque una cosa incomprensible, siga constantemente
a otra cosa incomprensible, de algún modo,
ambas producirán una cosa comprensible. Que
dos oscuros enigmas producen una clara respuesta.
(…)Cuando se nos pregunta por qué los huevos se
convierten en aves o los frutos caen en otoño, debemos,
responder exactamente, como lo hace la
madrina preguntada por Cenicienta acerca de por
qué los ratones se convierten en caballos o por qué
sus vestiduras desaparecen a medianoche. Debemos
responder que es a causa de la magia. No es
una “ley”, pues, no comprendemos su fórmula
general. No es una necesidad, pues, aún cuando
podamos suponerla como aconteciendo prácticamente,
no podemos decir que acontecerá siempre.
Que confiemos en el curso ordinario de las cosas
no es ningún argumento a favor de una ley inalterable
(como creía Huxley). No confiamos en él;
apostamos sobre él. Arriesgamos la posibilidad
remota de un milagro, como cuando lo hacemos en
relación a un panqueque envenenado o un cometa
que destruya el mundo. Lo dejamos fuera de cálculo,
no porque sea un milagro, y, en consecuencia
una imposibilidad, sino precisamente porque es un
milagro, y, en consecuencia, una excepción. Todos
los términos utilizados en los libros de ciencias,
“ley”, “necesidad”, “orden”, “tendencia”, etc., son,
realmente, no intelectuales, porque asumen una
síntesis interior que no poseemos. Las únicas palabras
que siempre me han satisfecho para describir
la naturaleza son las palabras utilizadas en los
libros de cuentos de hadas, “encantamiento”, “conjuro”,
“hechizo”. Expresan la arbitrariedad de los
hechos y su misterio. Un árbol produce fruto porque
es un árbol mágico. El agua desciende por la
colina porque está embrujada. El sol brilla porque
está embrujado.

El mito de la caverna

Platón, República, Libro VII






"I. -Y a continuación -seguí- compara con la siguiente
escena el estado en que, con respecto a la
educación o a la falta de ella, se halla nuestra naturaleza.
Imagina una especie de cavernosa vivienda
subterránea provista de una larga entrada, abierta a
la luz, que se extiende a lo ancho de toda la caverna
y unos hombres que están en ella desde niños,
atados por las piernas y el cuello de modo que
tengan que estarse quietos y mirar únicamente
hacia adelante, pues las ligaduras les impiden volver
la cabeza; detrás de ellos, la luz de un fuego
que arde algo lejos y en plano superior, y entre el
fuego y los encadenados, un camino situado en
alto; y a lo largo del camino suponte que ha sido
construido un tabiquillo parecido a las mamparas
que se alzan entre los titiriteros y el público, por
encima de las cuales exhiben aquéllos sus maravillas.
-Ya lo veo -dijo.
-Pues bien, contempla ahora, a lo largo de esa
paredilla, unos hombres que transportan toda clase
de objetos cuya altura sobrepasa la de la pared, y
estatuas de hombres o animales hechas de piedra y
de madera y de toda clase de materias; entre estos
portadores habrá, como es natural, unos que vayan
hablando y otros que estén callados.
-Qué extraña escena describes -dijo- y qué extraños
pioneros!
-Iguales que nosotros -dije-, porque, en primer
lugar ¿crees que los que están así han visto otra
cosa de sí mismos o de sus compañeros sino las
sombras proyectadas por el fuego sobre la parte de
la caverna que está frente a ellos?
-¡Cómo -dijo-, si durante toda su vida han sido
obligados a mantener inmóviles las cabezas?
-¿Y de los objetos transportados? ¿No habrán visto
lo mismo?
-¿Qué otra cosa van a ver?
-Y, si pudieran hablar los unos con los otros, ¿no
piensas que creerían estar refiriéndose a aquellas
sombras que veían pasar ante ellos? Forzosamente.
-¿Y si la prisión tuviese un eco que viniera de la
parte de enfrente? ¿Piensas que, cada vez que
hablara alguno de los que pasaban, creerían ellos
que lo que hablaba era otra cosa sino la sombra
que veían pasar?
-No, ¡por Zeus! -dijo.
-Entonces no hay duda -dije yo- de que los tales no
tendrán por real ninguna otra cosa más que las
sombras de los objetos fabricados.
-Es enteramente forzoso -dijo.
-Examina, pues -dije-, qué pasaría si fueran liberados
de sus cadenas y curados de su ignorancia y si,
conforme a naturaleza, les ocurriera lo siguiente.
Cuando uno de ellos fuera desatado y obligado a
levantarse súbitamente y a volver el cuello y a
andar y a mirar a la luz y cuando, al hacer todo
esto, sintiera dolor y, por causa de las chiribitas,
no fuera capaz de ver aquellos objetos cuyas sombras
veía antes, ¿qué crees que contestaría si le
dijera alguien que antes no veía más que sombras
inanes y que es ahora cuando, hallándose más
cerca de la realidad y vuelto de cara a objetos más
reales, goza de una visión más verdadera, y si fuera
mostrándole los objetos que pasan y obligándole
a contestar a sus preguntas acerca de qué es cada
uno de ellos? ¿No crees que estaría perplejo y que
lo que antes había contemplado le parecería más
verdadero que lo que entonces se le mostraba?
-Mucho más -dijo.
II. -Y, si se le obligara a fijar su vista en la luz
misma, ¿no crees que le dolerían los ojos y que se
escaparía volviéndose hacia aquellos objetos que
puede contemplar, y que consideraría que éstos
son realmente más claros que los que le muestran?
-Así es -dijo.
-Y, si se lo llevaran de allí a la fuerza -dije-,
obligándole a recorrer la áspera y escarpada subida,
y no le dejaran antes de haberle arrastrado hasta
la luz del sol, ¿no crees que sufriría y llevaría a
mal el ser arrastrado y, una vez llegado a la luz,
tendría los ojos tan llenos de ella que no sería capaz
de ver ni una sola de las cosas a las que ahora
llamamos verdaderas?
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-No, no sería capaz -dijo-, al menos por el momento.
-Necesitaría acostumbrarse, creo yo, para poder
llegar a ver las cosas de arriba. Lo que vería más
fácilmente serían, ante todo, las sombras, luego,
las imágenes de hombres y de otros objetos reflejados
en las aguas, y más tarde, los objetos mismos.
Y después de esto le sería más fácil el contemplar
de noche las cosas del cielo y el cielo
mismo, fijando su vista en la luz de las estrellas y
la luna, que el ver de día el sol y lo que le es propio.
-¿Cómo no?
-Y por último, creo yo, sería el sol, pero no sus
imágenes reflejadas en las aguas ni en otro lugar
ajeno a él, sino el propio sol en su propio dominio
y tal cual es en sí mismo, lo que él estaría en condiciones
de mirar y contemplar.
-Necesariamente -dijo.
-Y, después de esto, colegiría ya con respecto al
sol que es él quien produce las estaciones y los
años y gobierna todo lo de la región visible y es,
en cierto modo, el autor de todas aquellas cosas
que ellos veían.
-Es evidente -dijo- que después de aquello vendría
a pensar en eso otro.
-¿Y qué? Cuando se acordara de su anterior habitación
y de la ciencia de allí y de sus antiguos
compañeros de cárcel, ¿no crees que se consideraría
feliz por haber cambiado y que les compadecería
a ellos? Efectivamente.
-Y, si hubiese habido entre ellos algunos honores o
alabanzas o recompensas que concedieran los unos
a aquellos otros que, por discernir con mayor penetración
las sombras que pasaban y acordarse
mejor de cuáles de entre ellas eran las que solían
pasar delante o detrás o junto con otras, fuesen
más capaces que nadie de profetizar, basados en
ello, lo que iba a suceder, ¿crees que sentiría aquél
nostalgia de estas cosas o que envidiaría a quienes
gozaran de honores y poderes entre aquéllos, o
bien que le ocurriría lo de Homero, es decir, que
preferiría decididamente «ser siervo en el campo
de cualquier labrador sin caudal » o sufrir cualquier
otro destino antes que vivir en aquel mundo
de lo opinable?
-Eso es lo que creo yo -dijo-: que preferiría cualquier
otro destino antes que aquella vida.
-Ahora fíjate en esto -dije-: si, vuelto el tal allá
abajo, ocupase de nuevo el mismo asiento, ¿no
crees que se le llenarían los ojos de tinieblas como
a quien deja súbitamente la luz del sol?
-Ciertamente -dijo.
-Y, si tuviese que competir de nuevo con los que
habían permanecido constantemente encadenados,
opinando acerca de las sombras aquellas que, por
no habérsele asentado todavía los ojos, ve con
dificultad -y no sería muy corto el tiempo que
necesitara para acostumbrarse-, ¿no daría que reír
y no se diría de él que, por haber subido arriba, ha
vuelto con los ojos estropeados, y que no vale la
pena ni aun de intentar una semejante ascensión?
¿Y no matarían, si encontraban manera de echarle
mano y matarle, a quien intentara desatarles y
hacerles subir?
-Claro que sí-dijo.
III. -Pues bien -dije-, esta imagen hay que aplicarla
toda ella, ¡oh, amigo Glaucón!, a lo que se ha dicho
antes; hay que comparar la región revelada por
medio de la vista con la vivienda-prisión y la luz
del fuego que hay en ella con el poder del sol. En
cuanto a la subida al mundo de arriba y a la contemplación
de las cosas de éste, si las comparas
con la ascensión del alma hasta la región inteligible
no errarás con respecto a mi vislumbre, que es
lo que tú deseas conocer y que sólo la divinidad
sabe si por acaso está en lo cierto. En fin, he aquí
lo que a mí me parece: en el mundo inteligible lo
último que se percibe, y con trabajo, es la idea del
bien, pero, una vez percibida, hay que colegir que
ella es la causa de todo lo recto y lo bello que hay
en todas las cosas, que, mientras en el mundo visible
ha engendrado la luz y al soberano de ésta, en
el inteligible es ella la soberana y productora de
verdad y conocimiento, y que tiene por fuerza que
verla quien quiera proceder sabiamente en su vida
privada o pública.
-También yo estoy de acuerdo -dijo-, en el grado
en que puedo estarlo."

El mito del nacimiento de Eros

Platón (427 – 347 a. C.)
Fue un filósofo griego, alumno de
Sócrates y maestro de Aristóteles






-¿Qué puede ser, entonces, Eros? -dije yo-.
¿Un mortal?
-En absoluto.
-¿Pues qué entonces?
-Como en los ejemplos anteriores -dijo-, algo intermedio
entre lo mortal y lo inmortal.
-¿Y qué es ello, Diotima?
-Un gran demon, Sócrates. Pues también todo lo
demónico está entre la divinidad y lo mortal.
-¿Y qué poder tiene? -dije yo.
- Interpreta y comunica a los dioses las cosas de
los hombres y a los hombres las de los dioses,
súplicas y sacrificios de los unos y de los otros
órdenes y recompensas por los sacrificios. Al estar
en medio de unos y otros llena el espacio entre
ambos, de suerte que el todo queda unido consigo
mismo como un continuo 2. A través de él funciona
toda la adivinación y el arte de los sacerdotes
relativa tanto a los sacrificios como a los ritos,
ensalmos, toda clase de mántica y la magia. La
divinidad no tiene contacto con el hombre, sino
que es a través de este demon como se produce
todo contacto y diálogo entre dioses y hombres,
tanto como si están despiertos como si están durmiendo.
Y así, el que es sabio en tales materias es un hombre
demónico, mientras que el que lo es en cualquier
otra cosa, ya sea en las artes o en los trabajos
manuales, es un simple artesano. Estos démones,
en efecto, son numerosos y de todas clases, y uno
de ellos es también Eros.
-¿Y quién es su padre y su madre? -dije yo.
Es más largo -dijo- de contar, pero, con todo, te lo
diré. Cuando nació Afrodita, los dioses celebraron
un banquete y, entre otros, estaba también Poros,
el hijo de Metis. Después que terminaron de comer,
vino a mendigar Penía, como era de esperar
en una ocasión festiva, y estaba cerca de la puerta.
Mientras, Poros, embriagado de néctar –pues aún
no había vino-, entró en el jardín de Zeus y, entorpecido
por la embriaguez, se durmió. Entonces
Penía, maquinando, impulsada por su carencia de
recursos, hacerse un hijo de Poros, se acuesta a su
lado y concibió a Eros. Por esta razón, precisamente,
es Eros también acompañante y escudero
de Afrodita, al ser engendrado en la fiesta del nacimiento
de la diosa y al ser, a la vez, por naturaleza
un amante de lo bello, dado que también Afrodita
es bella. Siendo hijo, pues, de Poros y Penía,
Eros se ha quedado con las siguientes características.
En primer lugar, es siempre pobre, y lejos de
ser delicado y bello, como cree la mayoría, es, más
bien, duro y seco, descalzo y sin casa, duerme
siempre en el suelo y descubierto, se acuesta a la
intemperie en las puertas y al borde de los caminos,
compañero siempre inseparable de la indigencia
por tener la naturaleza de su madre. Pero, por
otra parte, de acuerdo con la naturaleza de su padre,
está al acecho de lo bello y de lo bueno; es
valiente, audaz y activo, hábil cazador, siempre
urdiendo alguna trama, ávido de sabiduría y rico
en recursos, un amante del conocimiento a lo largo
de toda su vida, un formidable mago, hechicero y
sofista. No es por naturaleza ni inmortal ni mortal,
sino que en el mismo día unas veces florece y vive,
cuando está en la abundancia, y otras muere,
pero recobra e la vida de nuevo gracias a la naturaleza
de su padre. Mas lo que consigue siempre se
le escapa, de suerte que Eros nunca ni está falto de
recursos ni es rico, y está, además, en el medio de
la sabiduría y la ignorancia. Pues la cosa es como
sigue: ninguno de los dioses ama la sabiduría ni
desea ser sabio, porque ya lo es, como tampoco
ama la sabiduría cualquier otro que sea sabio. Por
otro lado, los ignorantes ni aman la sabiduría ni
desean hacerse sabios, pues en esto precisamente
es la ignorancia una cosa molesta: en que quien no
es ni bello, ni bueno, ni inteligente se crea a sí
mismo que lo es suficientemente. Así, pues, el que
no cree estar necesitado no desea tampoco lo que
no cree necesitar.
-¿Quiénes son, Diotima, entonces -dije yo- los que
aman la sabiduría, si no son ni los sabios ni los
ignorantes?

-Hasta para un niño es ya evidente -dijo- que son
los que están en medio de estos dos, entre los cuales
estará también Eros 6. La sabiduría, en efecto,
es una de las cosas más bellas y Eros es amor de lo
bello, de modo que Eros es necesariamente amante
de la sabiduría, y por ser amante de la sabiduría
está, por tanto, en medio del sabio y del ignorante.
Y la causa de esto es también su nacimiento, ya
que es hijo de un padre sabio y rico en recursos y
de una madre no sabia e indigente. Ésta es, pues,
querido Sócrates, la naturaleza de este demon.
Pero, en cuanto a lo que tú pensaste que era Eros,
no hay nada sorprendente en ello. Tú creíste,
según me parece deducirlo de lo e que dices, que
Eros era lo amado y no lo que ama. Por esta razón,
me imagino, te parecía Eros totalmente bello, pues
lo que es susceptible de ser amado es también lo
verdaderamente bello, delicado, perfecto y digno
de ser tenido por dichoso, mientras que lo que ama
tiene un carácter diferente, tal como yo lo describí

Inconsciente colectivo

Charlie García (1951)
Es uno de los más reconocidos
intérpretes, compositores y productores
argentinos de rock. Fue integrante
de Sui Géneris.






Nace una flor,
todos los días sale el sol,
de vez en cuando escuchás aquella voz
como de pan gustosa de cantar
en los aleros de la mente con las chicharras.
Pero a la vez existe un transformador
que te consume lo mejor que tenés,
2
te tira atrás, te pide más y más,
y llega un punto en que no querés.
Mama la libertad, siempre la llevarás
dentro del corazón.
Te pueden corromper,
te puedes olvidar
pero ella siempre está.
Ayer soñé
con los hambrientos, los locos,
los que se fueron, los que están en prisión.
Hoy desperté cantando esta canción
que ya fue escrita hace tiempo atrás
y es necesario cantar de nuevo una vez más.

La Vía Láctea

Alfonsina Storni (1892-1938),
Poetisa y escritora argentina del Posmodernismo






Blanco polen de mundos, dulce leche de cielo
¡Quién fuera un gigante mariposa divina
Para hundir la cabeza en aquella tu harina
Impalpable y libarte como a cosa del suelo!
Ya de nuevo en los ojos quema la primavera,
Mas mi pasión humana yace, roto el peciolo,
Y agotada mi alma está el mundo tan solo
Que camino y retumban mis pasos en la esfera.
Y en la noches nevadas, cuando a pesar de quietos
Siento moverse arriba los blancos esqueletos
De las estrellas muertas, me acomete un
Deseo de los cielos, y no sé qué ofreciera
Porque sobre mi frente miserable cayera
Una gota tan sola de la leche de Juno.
*El peciolo o pecíolo es el rabillo que une la lámina de una
hoja a su base foliar o al tallo. Falta en las hojas sésiles.
** Según la mitología griega, en la historia de Hércules,
Júpiter su padre, aprovechaba que su esposa, Juno, dormía
para amamantar el hijo que había tenido con Alcmena. Al
despertarse un día, Juno contempló sorprendida al pequeño y
lo retiró bruscamente, produciéndose el derramamiento de la
divina leche en la bóveda celeste, provocando el origen de la
Vía Láctea.

El guardián del hielo

José Watanabe (1945 - 2007)
Poeta peruano. Considerado una de las
voces más importantes de los poetas
peruanos del 70






Y coincidimos en el terral
el heladero con su carretilla averiada
y yo
que corría tras los pájaros huidos del fuego
de la zafra.
También coincidió el sol.
En esa situación cómo negarse a un favor llano:
el heladero me pidió cuidar su efímero hielo.
Oh cuidar lo fugaz bajo el sol...
El hielo empezó a derretirse
bajo mi sombra, tan desesperada
como inútil.
Diluyéndose
dibujaba seres esbeltos y primordiales
que sólo un instante tenían firmeza
de cristal de cuarzo
y enseguida eran formas puras
como de montaña o planeta
que se devasta.
No se puede amar lo que tan rápido fuga.
Ama rápido, me dijo el sol.
Y así aprendí, en su ardiente y

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