Mauro Rodríguez Estrada (1936 - 2007)
Fundador y primer presidente de la Asociación
Mexicana de la Creatividad. Fue el mayor promotor
de la creatividad en Latinoamérica, dedicado por
entero a la creatividad desde 1975
Tomado de Manual de creatividad (pp. 117-123).
México: Trillas. (2006)
El verdadero creador
es un creador de problemas
L. A. Machado
Se procura la creatividad
con el objeto de emancipar al individuo
y concederle un mayor dominio de la realidad,
por medio de la transformación
J. Sikora
El problema es una realidad omnipresente
en la vida de los individuos, de las instituciones
y de los pueblos; es parte integral del tejido
de la vida. La capacidad de afrontarlo mide, en
cierto modo, la calidad de la vida.
¿Qué es un problema? Es una situación con
uno o varios elementos de oscuridad: queremos
lograr algo, pero no hallamos cómo; necesitamos
movemos hacia un determinado punto,
pero no vemos claro el camino.
El concepto de problema es esencialmente
relativo, pues incluye en sí la referencia a un
sujeto determinado. Lo que para Juan es un
problema, puede no serlo para Pedro, pues para
éste no entraña dificultad ni oscuridades.
Muchos problemas son personales y muchos
otros son grupales o sociales, según afecten
a individuos, grupos o sociedades, y según
estén en manos de individuos o de grupos para
ser resueltos.
¿Qué relación existe entre los problemas y
la creatividad? Una muy estrecha. Por definición,
todo problema apela a la creatividad de
alguien, ya que el sujeto no conoce la solución.
Sus rutinas de pensamiento y las técnicas bien
conocidas no le sirven para el caso, por eso
tiene el problema. Como la mayoría de las
personas no son pintores, escritores, ni directores
de cine, podemos decir que el uso más
común y cotidiano de la creatividad, para casi
todo el género humano, consiste en afrontar y
resolver problemas.
Frente a la creatividad elitista de pocos, se
adelanta la creatividad democrática de todos.
Al crecer en los últimos decenios la envergadura
y la complejidad de los problemas institucionales,
comenzaron a hacerse estudios
sobre el proceso de análisis y solución, y nació
un nuevo arte: la heurística (del griego heuriskein:
encontrar). Pero no hay que ilusionarse:
para el fascinante arte de resolver problemas,
no existen ni existirán recetas prefabricadas.
El manejo de los problemas se desarrolla
en dos etapas distintas: el planteamiento y la
solución. Nosotros, por motivos didácticos,
vamos a desmenuzarlo en cinco pasos o momentos:
1. Definir el problema. Partimos de una
observación que cualquiera está en grado de
verificar: en las discusiones es muy frecuente
la tendencia a mezclar planteamientos con
soluciones; es decir, que ya en los primeros
momentos, cuando aún hay oscuridad es sobre
cuál es propiamente la dificultad, se barajan
soluciones. Esto es tan poco lógico como el
médico que receta antes de diagnosticar la enfermedad.
El sentido común, tan poco común aquí como
en todo lo demás, reclama una separación análoga
a la que explicábamos en el caso del
brainstorming. Primero hay que definir bien el
problema (p) y luego buscarle las soluciones (s).
pss
pss
ss
pp
p
s
p
Así suele ser
fase I
pp
pp
pp
fase II
ss
ss
ss
s
Así debe ser
¡Qué ilusión tan simplista la de creer que
los problemas están ahí, enfrente, como puede
estar un edificio o un pozo! No, los problemas
no son enteramente realidades físicas externas,
sino psíquicas e internas; son realidades parcialmente
objetivas y parcialmente subjetivas.
Requieren procesos de percepción y de organización
e interpretación de datos. No siempre la
primera formulación es la más feliz. Nada lo
garantiza. Una formulación poco afortunada
confunde y extravía. Vienen al caso cuatro
ejemplos:
En la recesión económica mexicana de
1983, un amigo me decía angustiado:
“Acabé de construir cinco departamentos
para venderlos totalmente terminados. Debo
pagar cada mes a la constructora cientos
de miles de pesos. Nadie quiere comprar.
Me he reducido en el precio hasta por debajo
de mis costos; pero ni así”.
Problema: ¿Cómo vender los departamentos en
un breve plazo?
He ordenado una construcción en la cima
de una colina. Cuento con el dinero suficiente
para toda, o casi toda, la obra, pero
se nos echa encima la crisis inflacionaria.
Me urge que los trabajos se hagan con celeridad.
El arquitecto-contratista opera con
equipos raquíticos de trabajadores; cada
semana observo que en lugar de los veinte
o treinta trabajadores prometidos han llegado
sólo tres o cuatro, o ninguno. Y la inflación
galopa sañuda... Pasan los meses;
en vano he intentado todos los recursos para
apremiar al arquitecto.
Problema: ¿Cómo hago para que el escurridizo
arquitecto cumpla el convenio y concluya la
obra?
En casa de Juan Pérez hay ratones. Las
ratoneras que se han usado son eficaces,
pero dan un espectáculo muy desagradable.
Problema: ¿Cómo mejorar las ratoneras, o
cómo conseguir otras más adecuadas?
Crece el uso de las drogas y los tribunales
de muchos países se enfrascan en miles de
casos de delincuencia a raíz de ello.
Problema: ¿Cómo puede el gobierno eliminar
el tráfico y consumo de drogas?
Un mínimo de análisis nos revela que los cuatro
problemas están mal planteados.
El primero no es cómo vender, aun malbaratándolos,
los cinco departamentos, sino cómo
conseguir el dinero necesario.
El segundo no consiste en cómo motivar al
arquitecto, sino en cómo activar la construcción
hasta finalizarla.
El tercero no es un problema de ratoneras,
sino de librar la casa de ratones.
El cuarto supone, sin haberlo probado, que
corresponde a los gobiernos eliminar las drogas.
Pretende configurar el problema con lo
que es una de las posibles alternativas de solución.
¡Qué frecuente es que los planteamientos
estén ya “casados” con una solución, una entre
varias posibles! ¡Y que cándidamente se ignore
este mal matrimonio!
En los ejemplos anteriores, vender los departamentos
en plena crisis, seguir con el mismo
arquitecto y utilizar ratoneras son ya esbozos
de solución; pero no planteamientos lúcidos.
Antes que resolver los problemas hay que
tener la capacidad para identificarlos, es decir,
para formular preguntas que nos lleven a detectarlos
y definirlos. Esta facultad es uno de los
rasgos inconfundibles de la conducta creativa.
Además, sucede que la correcta definición
de un problema ya muestra por sí sola el camino
de salida. Lo malo es que, como deplora
Edwards: "We are basically solution-minded
rather than problem-minded".1
2. Averiguar las causas del problema, sus
raíces, sus factores, y las condiciones que lo
hicieron nacer. Hay que reunir e interpretar
todos los hechos que se producen en torno a
una situación, y seguir los hilos que los entrelazan
para formar la maraña.
En los casos más complejos conviene distinguir
la realidad misma, por una parte, y, por
otra, todo lo dicho y escrito sobre ella: juicios,
opiniones, documentos, etc. Estos también son
hechos, pero de orden diferente.
3. Imaginar todas las posibles soluciones.
Para esta fase el mejor método suele ser el
brainstorming, porque sólo si se afloja al
máximo la mente, sin inhibiciones, y se consi
deran muchas alternativas, puede aspirarse a
optar por una solución verdaderamente profunda
y creativa. La relatividad que señalamos
como esencial al concepto de problema, pide
no sólo estar concientizados del problema, sino
de sí mismo ante él. De este modo, conviene
aplicar a los problemas, además de la inteligencia,
también los sentidos: visualizarlos (tal
vez dibujarlos), tocarlos, olerlos, escucharlos...
4. Seleccionar la solución. Esto supone un
proceso de deliberación, pero es propiamente
un acto de toma de decisión. Tal cosa es factible
a veces por el método de la comprensión
(captación intuitiva de la realidad completa
como un todo o como una gestalt). Otras veces
hay que recurrir al método de ensayo y error. A
veces se requieren razonamientos inductivos,
otras, deductivos. Lo más común es que intervengan
ambos tipos.
Hay estudios que revelan que las personas
muy creativas se distinguen de las poco creativas
principalmente por el proceso que siguen
para resolver problemas. Las primeras emplean
más tiempo en analizar, la información y menos
en sintetizarlo que las segundas.
5. Implementar la solución. Más allá de
capacidades intelectuales y competencias
técnicas, hay otros aspectos que muchas personas
tienden a ignorar o a dejar al margen: las
actitudes. Actitudes de optimismo, de seguridad,
de fuerza, de fe, de esperanza, de audacia,
de participación, de compromiso, o sus contrarias.
¡Qué diferente es afrontar un problema visto
como una oportunidad, a encararlo como un
obstáculo molesto! Viene a cuento un dato
etimológico curioso: la palabra griega problema
corresponde a la palabra latina pro-jectum
(véanse los términos afines: emblema, proyección,
inyección, deyecciones, sujeción). De
este modo tenemos convertidos los problemas
en proyectos, es decir, en retos y desafíos y, lo
que es lo mismo, en oportunidades que nos
brinda la vida.
Si tú crees que no tienes ningún problema,
busca o inventa algunos. De lo contrario, estás
perdiendo oportunidades de vivir y de crecer.
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